DE MORDAZAS Y ESCROTOS
¡El siguiente! Retumbó la voz del encargado de aquel sórdido lugar. En su hombro, un viejo y reconocible escudo que había cambiado el aguilucho por unas gaviotas. A ver su nombre, inquirió a la persona que se aproximó. Me llamo Andrés. ¿Andrés? Contestó el encargado